Sin embargo, es momento de reflexionar. Puede que tarde, pero el modelo de 1990 está comenzando a dar sus frutos. Con muchas matizaciones, podemos ejemplificar en los avales de Laporta. En la calificación como culpables de diferentes concursos de entidades deportivas. En el inicio de actuaciones penales contra dirigentes de sociedades anónimas deportivas. En piezas de responsabilidad (incluso embargo) de bienes personales con ocasión de las deudas de los clubes administrados. En la exigencia por la AEAT y la SS del pago de las deudas. En la desaparición de algunas entidades. Y esto no ha hecho más que empezar. ¿No era eso lo que se quería?
El fútbol es un monstruo que devora todo. Dotar de más recursos económicos no generará ahorro o estabilidad, sino la inflación del mercado. Y el control no puede asfixiar por completo la libertad de empresa, máxime teniendo sus consecuencias. Los mimbres están hechos, y la correcta aplicación de la ley (que, por supuesto, es mejorable), junto a determinados requisitos de control económico por el cauce deportivo, deben guiar el devenir del deporte profesional.
Que la tentación de solucionar un problema irresoluble no empañe los buenos propósitos del legislador. Retocar, sí; cambiar el modelo, hay que verlo. En ocasiones lo mejor es enemigo de lo bueno.